Adiós, pequeños

Un sábado de septiembre de 2006 junté a mis dos peques. Al macho le había adoptado en primavera, y tras unos meses decidimos ir a buscar una compañera. Volvimos al albergue donde le adopté e hicimos un intento con una perra que había sido devuelta de una adopción anterior. Y congeniaron. Congeniaron tan bien que han sido inseparables compañeros durante 13 años. Tan bien que se han ido, los dos, con a penas dos meses de diferencia. Y nos han dejado un hueco enorme en nuestros corazones.

Vale que vais a pensar “ya están los tópicos de siempre”, pero creo que mis niños han sido los mejores perros que he tenido núnca. Unos amigos inseparables que me han dado muchísimos momentos maravillosos y algunas preocupaciones. Dos perros sociables, cariñosos, que acogían a cualquier perro que viniera a casa como uno más en su manada.

Me quedo con los buenos recuerdos, cuando estaban sanos y nos íbamos a caminar por el monte, por las dehesas, a andar durante horas por el mero placer de pasear juntos. Y me quedo con un tremendo hueco en el corazón, porque han sido mucho más que unos animales de compañía; han sido unos hijos majísimos, listos ‘a su manera’ y tan atentos que parecía que me entendían. Porque igual me entendían mucho mejor de lo que les entendía yo.

No se si volveré a tener dos perros como ellos; tan buena gente. Siempre estuvieron ahí, a mi lado. En los buenos momentos, en los malos. Siempre dando amor sin pedir nada a cambio.

Ojalá estuviérais juntos de nuevo, jugando y haciendo el bruto, corriendo por el campo, por el cesped, entre los matorrales, como os gustaba. Ojalá existiera un paraíso exclusivo para perros, donde no dejaran entrar a humanos que lo ensucian todo, porque se seguro que estaríais ahí, los dos.

Os voy a echar mucho de menos, mis niños.

Hasta siempre