La prueba diabólica

En los procesos de la “santa inquisición” era muy habitual que la acusada fuera sometida a trampas lógicas. Una de ellas, la más habitual, era colocar a la persona que estaba siendo juzgada en un callejón sin salida: si reconocía la acusación que caía sobre ella era declarada culpable; si no reconocía la acusación era porque era culpable. La acusada no tenía forma de salir del tribunal con opciones de ver muchos más amaneceres. Si se declaraba culpable terminaría en la hoguera, si no, terminaría en la hoguera por estar poseída por el deminio que le hacía no declararse culpable. ¿Pruebas de la defensa? Uy, eso es de hippies modernos.

En los procesos inquisitoriales la acusada se debía defender demostrando su inocencia. No era el acusador el que debía demostrar la culpabilidad como en el derecho moderno. Si a esto le sumamos el hecho de que el inquisidor, el que hacía la acusación, cobrara como pago de su labor un porcentaje de las posesiones de la acusada y que el soplón también se llevaba una parte, no era raro que mucha gente terminara ante el tribunal del santo oficio por rencillas internas. Por ejemplo la madre de Kepler estuvo a punto de morir quemada por bruja debido a un libro de “ciencia ficción” que escribió su hijo; “Somnium”. Le salvó de morir quemada el hecho de que su hijo fuera una persona respetada en su comunidad.

En este proceso murieron miles de personas. Algunas famosas, como Giordano Bruno o Miguel Servet, pero la mayor parte fueron personas anónimas y, mayoritariamente, mujeres.