Los que trabajamos en la informática solemos ser conscientes de que el fruto de mucho de nuestro trabajo conlleva una automatización de procesos industriales que tiene unas consecuencias indirectas, o no tan indirectas, que no desearíamos. La mejora de un proceso de gestión informática de una línea aérea, por ejemplo, supone que no sea necesaria una gran cantidad de trabajadores que se encargaban de programar vuelos en función de la oferta y demanda. Las aplicaciones web y móviles bancarias pueden cubrir la necesidad de teleoperadores u oficinas a pie de calle. Desarrollar estos sistemas requiere tiempo y esfuerzo humano; lo mismo que su mantenimiento y mejora, lo que supone que en algunos casos los puestos que desaparecen por un lado de la cadena han aparecido por la otra, pero sin duda esta cantidad de puestos que crea el sector informático no es comparable al número de puestos que destruye el fruto de la informatización. Sin embargo hace pensar en un punto clave que lleva defendiendo el anarcosindicalismo desde mucho antes de que Dennis Ritchie aprendiera a aporrear un teclado:
La automatización y mecanización de los sistemas de producción tienen que tener como finalidad la mejora de las condiciones de vida de las personas trabajadoras y no han de servir como herramienta para la acumulación de capitales por parte de la burguesía y la precarización de las condiciones laborales.
Dicho en lenguaje de nuestros antiguos:
Trabajar menos para que trabajemos todas.
Pero no significa esto que defienda que trabajemos menos para cobrar también menos, sino todo lo contrario. Si has leído “Elogio de la ociosidad” de Bertrand Russell lo siguiente que vas a leer no te va a sonar a “gran descubrimiento”. Esto es, más o menos y trasladado a esta época, lo que escribió Russell a principio de los años 30. Russell ponía como ejemplo la fabricación de alfileres, pero hablemos por ejemplo de la gestión de servicios aéreos, aunque se puede aplicar a casi todo.
La mecanización y la informatización de los medios productivos están provocando, como efecto colateral, la desaparición de puestos de trabajo. Antes cuatro operarios podían gestionar un número determinado de vuelos en una jornada de ocho horas de trabajo cada uno. Ahora, con el software adecuado, ese trabajo lo puede hacer uno, aunque concretamente ese uno no va a gestionar los vuelos sino que va a controlar que el sistema informático siga en pie haciendo su labor. Esto significa que el trabajo de cuatro, que suponía cuatro sueldos al empresario, ahora lo hace uno solo a cambio de un pequeño desembolso por parte del patrón para montar el sistema informático. Pequeño si tenemos en cuenta que el software va a aguantar mucho tiempo funcionando y no va a pedir vacaciones ni reclamar sus derechos laborales haciendo una semana de huelga. Esto, obviamente, es injusto. Es injusto porque el empresario tiene ahora, añadido a su beneficio anterior, el ahorro que está haciendo de tres sueldos.
En lugar de esto debemos defender que esa desaparición de puestos de trabajo es injusta y no es causada por la informatización, sino por la avaricia desmedida del capitalista. En vez del escenario anteriormente debemos abogar por otro muy distinto: los cuatro operarios podrían trabajar una cuarta parte de su jornada (2,5 horas) pero con el salario de 8 horas para mantener el software informático funcionando sin que el empresario viera reducirse su margen de beneficios sacando, al final de la jornada, la misma cantidad de trabajo, o seguramente bastante más, que antes de la informatización del sistema.
Debemos defender, en fin, que la informatización de la sociedad, la mejora de los sistemas de comunicación y de los sistemas productivos tiene que ir encaminada hacia una drástica reducción de la jornada laboral sin pérdida del poder adquisitivo. Debemos luchar por la mejora de las condiciones laborales de todas, trabajen o no en la informática, porque el fruto de nuestro trabajo debe ir encaminado a mejorar la vida de todas, no a llenar los bolsillos de unos pocos.
Abajo el trabajo.